La maraña económica

Publicada 25/06/2007

Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky

Cada vez más enredados

Las medidas con las que el Gobierno trata de solucionar los problemas –surgidos como consecuencia de su negación de la realidad y los principios más elementales de la economía– no hacen más que provocar nuevas complicaciones.

Cuando uno lee las explicaciones que dan los funcionarios públicos ante la crisis energética (dicho sea de paso: el Gobierno siempre negó que existiera tal posibilidad), la conclusión a la que uno llega es: ¿cómo se iba a imaginar el Gobierno que en invierno podía llegar a hacer frío? Sólo los recalcitrantes liberales podemos afirmar que en invierno suele bajar la temperatura y en el verano arrecia el calor. Resulta que, ahora, la culpa de la crisis energética parece tenerla el planeta por tener cuatro estaciones.

Lo cierto es que esta absurda negación de la realidad a la que acuden permanentemente los funcionarios públicos los complica cada vez más, al punto de que toman decisiones contradictorias que rayan en el ridículo.

La semana pasada, por ejemplo, un secretario de Estado les ordenó a las empresas distribuidoras de gas que no abastecieran a las industrias. La idea del Gobierno es que, si les corta la energía a las industrias y a los comercios, evita el costo político del desabastecimiento energético a los domicilios y, de esta manera, supuestamente, no pierde votos. Las distribuidoras de energía acataron la orden y les bajaron la palanca a las empresas. Sin tener en cuenta esta medida y haciendo gala de la coordinación en los actos de gobierno, otro funcionario público sancionó a las distribuidoras por cortarles el suministro a las empresas. ¡El ridículo total!

Al igual que con otros temas, con el energético el Gobierno se enreda para peor. Para mostrar un Índice de Precios al Consumidor (IPC) artificialmente bajo, decidió, entre otras medidas, no permitir el aumento de las tarifas de energía eléctrica y de gas. Como resultado, el desestímulo a la inversión hizo que la oferta no aumentara al ritmo de la demanda, que creció fuertemente por el precio artificialmente bajo de las tarifas. Cualquier manual de introducción a la economía enseña que, si uno establece un precio máximo por debajo del nivel de mercado a un producto o servicio, la demanda sube y la oferta cae.

Así las cosas, el Gobierno consiguió, en el corto plazo, dibujar el IPC, pero al costo de crear un serio problema energético hacia el futuro. Como el futuro ya llegó, ahora las empresas no tienen energía para producir y el enredo del Gobierno consiste en que tendrá una disminución en el nivel de actividad, con lo cual la gente comenzará a tener problemas de ocupación. Eso sí, habrá gas y energía eléctrica baratos, aunque los ciudadanos no tendrán plata para poder pagarlos. Ni las empresas tendrán gente a la cual venderle sus mercaderías.

Recurriendo al sonsonete de que como las empresas privatizadas ganaron mucho en los 90 ahora tienen que invertir a pérdida, los hechos terminaron pasándole por encima al oficialismo. Porque la realidad es que nadie invierte por lo que ganó, sino por lo que piensa ganar. Otro ABC de la economía que el Gobierno quiso desconocer.

Otro ejemplo que puede darse de los enredos de la administración kirchnerista es la inflación. El presidente Néstor Kirchner acaba de afirmar que, hasta 2011, habrá un tipo de cambio “competitivo”. Negando el contexto y basándose en afirmaciones sin evidencias, no dijo cómo va a hacer para sostener artificialmente alto el tipo de cambio. Y también se olvidó de explicar de dónde va a sacar los recursos para hacerlo.

El punto central del problema es que la emisión para mantener el tipo de cambio alto produce inflación. Para disimularla, el Gobierno primero controló los precios y luego, superado por el tsunami de la realidad, intervino el INDEC. Sin embargo, lo concreto es que los precios siguen aumentando y el tipo de cambio real cae cada vez más. Al caer el tipo de cambio real, o “competitivo” como lo llama el Gobierno, las soluciones posibles son dos: a) bajan los precios internos, o b) sube el tipo de cambio nominal. Como los precios internos no bajan, sino que suben por efecto de la inflación, la única alternativa es que suba el tipo de cambio nominal. Pero como, por el diseño de la política económica, el tipo de cambio tiende a bajar, el Gobierno tiene el problema de no poder subir el tipo de cambio nominal a pesar del endeudamiento del Banco Central y la emisión monetaria. ¿Cuál es la “solución” que tiene el Gobierno? Que el tipo de cambio real termine de licuarse hasta que se produzca una corrida cambiaria y el dólar suba. La paradoja es que la “solución” es una crisis financiera y cambiaria. Claro, alguno preguntará: ¿es posible que el tipo de cambio se dispare? Mi respuesta es: lo mismo decían cuando negaban la posibilidad de una crisis energética o cuando se afirmaba que los controles de precios eran restringidos y por un tiempo breve.

Otro enredo del Gobierno consistió en emitir bonos ajustables por CER. Al dibujar tan burdamente el IPC, los inversores dejaron de comprar bonos ajustables por CER y, entonces, el Gobierno empezó a emitir bonos a tasa variable. Como la tasa nominal de interés sube con el aumento de la inflación, el Gobierno terminó cayendo en el mismo problema porque el stock de deuda tiende a ser impagable en el largo plazo.

El Gobierno está complicado y lo sabe. Pierde las elecciones una atrás de otra, se le descontrola la economía y la gente empieza a formular la típica pregunta que todos se hacen cuando comienza la desconfianza: ¿hasta cuándo aguanta esto? Esta pregunta es la típica que me formulan todos los días. Y son muchos los que ya no preguntan, sino que afirman que vamos mal. La gente comienza a advertir que la fiesta de crecimiento a tasas chinas es una ficción. Y cuando esta sensación de desborde termine de generalizarse, el último enredo del Gobierno habrá consistido en perder el poder porque ya no dispondrá de maquillaje para disimular la realidad para conseguir votos. © www.economiaparatodos.com.ar

El hipnótico modelo populista

LANACION.com | Opinión | Viernes 15 de junio de 2007

Ningún régimen populista ha logrado (o ha querido seriamente) acabar a fondo con la pobreza, estimular una educación abierta ni desmontar el fanatismo. Sus programas no apuntan a un desarrollo sostenido y firme. No le interesan los derechos individuales ni la majestad de las instituciones republicanas. Por el contrario, exageran el asistencialismo mendicante, imponen doctrinas tendenciosas y exaltan diversos tipos de animosidad para conseguir la adhesión de multitudes carenciadas, explotadas, resentidas o enturbiadas por la confusión. Armando Ribas atribuye al socialismo autoritario un método que también yo percibo en los regímenes fascistas o populistas: crear un enemigo externo, un enemigo interno y un enemigo… anterior. Además de poner siempre la culpa afuera, la inyectan contra lo que ocurrió antes para, de esa forma, depredar sin límites.

En la Argentina tenemos ejemplos de sobra. En la actualidad se acusa de todos los males a la década del 90, es decir, el enemigo anterior. En esa década la Alianza sólo gobernó 20 días. El resto de los 90 fue responsabilidad de los peronistas populistas «menemistas». Pero resulta que esos menemistas son los mismos que ahora están amontonados en el poder; que elogiaron, rodearon, apuntalaron y se arrodillaron ante Menem. Es una situación tan grotesca que no habría podido describir ni Ionesco en su teatro del absurdo. Las actuales autoridades pertenecían al mismo partido político, aplaudían todas las decisiones de Menem, lo ayudaron a ser reelegido y le rendían tributo en toda ocasión como impúdicos lacayos. Resulta que ahora se contonean, orondos de ser el modelo opuesto. ¡Vaya magia! ¡O vaya ilusionismo! ¡O vaya caradurez!

El sistema populista no se sustenta en ideas, por eso es pragmático y cambia según los vientos. En sus cúpulas argentinas caben el variable Perón, la feérica mitología de Evita, la criminalidad de López Rega, la portación de apellido de una Isabelita que da lástima, la ensalada facho-bolche de los montoneros, la ineficaz renovación de Cafiero y compañía, las privatizaciones monopólicas de Menem, el caudillismo de Duhalde, los imbatibles sindicatos y el pseudoprogresismo de Kirchner. Todo eso y quizás algunos nuevos productos llamados «superadores» seguirán manteniendo acorralado nuestro país en un mareante festival de mediocridad e irrelevancia (Dios y los argentinos no lo permitan).

El mexicano Enrique Krauze ha descripto con filoso escalpelo los rasgos sobresalientes del modelo populista, a los que añadiremos otros igualmente notables. Asegura Krauze que nunca falta el personalismo, porque el partido o el movimiento se construyen en torno de una figura providencial. Los casos de Getulio Vargas, Perón, Nasser, Chávez, Menem o Kirchner son botones de una innumerable muestra. El líder es un demagogo, porque se acomoda, miente, halaga y desacredita según convenga al crecimiento de su poder. Mencken definió al demagogo como «alguien que dice cosas falsas a gente que considera idiotas». Seduce con actitudes que embelesan, como besar niños, mezclarse con la multitud, abrazar pobres y desconocidos, prometer maravillas. Al mismo tiempo, es duro con aquellos a quienes esa masa manifiesta antipatía, al extremo de prender muchas hogueras de odio.

No hay régimen populista que tolere la absoluta libertad de prensa. Debemos reconocer que en la Argentina el populismo de Menem casi no molestó a la prensa, sino que tuvo la picardía de usar muchos chistes, caricaturas y condenas para revertirlas en su beneficio. Pero no fue el caso de Perón, que expropió un diario, amordazó a otros y privó de la radio a la oposición. En la actualidad, los pseudoprogres han censurado en diversas ocasiones y de diferentes modos a periodistas y medios. De Chávez ni hablar. Evo Morales sigue el mismo camino.

El presupuesto nacional siempre es manipulado con arbitrariedad. Los controles son silenciados o ninguneados. El modelo populista identifica fondos del Estado con fondos del gobierno o -peor aún- fondos de quien tiene el mango del poder. Los usa a discreción para someter opositores, cooptar voluntades y hacerse propaganda. Los venezolanos llaman «regaladera» a los millones de petrodólares que Chávez distribuye arbitrariamente para avanzar en su proyecto narcisista-leninista (Oppenheimer dixit) y convertirse en el monarca del continente. En la Argentina, siguiendo su ejemplo, se violó el artículo 29 de la Constitución para que el jefe de Gabinete haga con el presupuesto todo lo que su patrón quiera, sin control de ningún tipo. Sólo falta jibarizar la Auditoría para que no reste una sola atadura. El populista es un modelo que se ríe de las ingenuas y frágiles limitaciones de la transparencia republicana.

Tampoco faltan las alianzas con la «burguesía nacional» o los «empresarios patrióticos», es decir, aquellos que prefieren coimear funcionarios para obtener privilegios que producir en forma realmente competitiva. Varios empresarios venezolanos ya tienen instaladas sus familias en Miami, pero siguen haciendo pingües arreglos con la casta chavista-militar corrupta encaramada en el gobierno. Aquí, muchos funcionarios progres ahora son socios de grandes empresas o reciben interesantes peajes. Por algo el imaginario de la calle los llama «teléfono celular»: hay que poner el 15 antes de seguir adelante. Y quienes logran juntar un dinerito lo mandan afuera, a países más seguros, por las dudas.

El modelo populista no se priva de atizar el odio, como dijimos antes. Perón contra la oligarquía y los contreras; Evo Morales contra los blancos; Chávez contra los ricos (que no los incluyen a él y sus leales); Kirchner contra los 90 (que tampoco los incluyen a él y sus leales). Pero debo corregirme: a menudo los enemigos de afuera, de adentro y de atrás son varios, con lo cual es más fácil provocar una cadena de iracundia catártica, antidemocrática y regresiva. Desde el atril de la Casa Rosada, por ejemplo, este modelo de «crecimiento» y felicidad populista, mal llamado progre, ha lanzado metralla gruesa contra empresarios, militares, sacerdotes, periodistas y opositores de hoy, ayer y antes de ayer. Como si fuera poco, «no pudo prohibir» que Chávez viniese a ladrar desde Buenos Aires contra Estados Unidos, Uruguay, Brasil, la OEA y todo lo que pretenda poner algún freno a sus arengas deslenguadas de papagayo matón.

También pertenece a este modelo su desdén hacia el orden legal. Igual que en las monarquías absolutistas -y como asimismo nos enseñaron los caudillos «dueños de vidas y haciendas»-, la ley es apenas un traje que se ajusta a gusto y medida. ¿No cambió Menem la Constitución para hacerse reelegir? ¿No convocó Chávez a una Constituyente apenas asumió? ¿No hizo lo mismo Evo Morales? ¿No los imita Correa en Ecuador? ¿No se han demorado, burlado y distorsionado disposiciones de la reforma constitucional de 1994 en la Argentina, con la manipulación del Consejo de la Magistratura, el otorgamiento de superpoderes al Ejecutivo y la lluvia de los decretos de necesidad y urgencia, cuando ni siquiera hay urgencia ni necesidad, sino el propósito de impedir que se ventilen algunas cosas?

Por supuesto que el modelo populista no se resigna a la alternancia, sino que quiere quedarse atornillado al trono. Reelección ilimitada o presidencia vitalicia, quizás incluso hereditaria, como en Siria. Algunos lo expresan sin sonrojo. Pero en la Argentina ni un adivino hubiese podido concebir que esa eternidad en el trono podría ejercerse mediante una secuencia conyugal que burle para siempre los principios de la democracia (recurso iniciado en Santiago del Estero y ahora a punto de convertirse en nacional).

A todas esas características no les falta el cultivo de la utopía. Es decir, la promesa de que se avanza hacia un futuro espléndido. Es un espejismo que se machaca con tenacidad, lo mismo que echarles la culpa a otros y al pasado para encubrir la ineficiencia de la gestión actual y tapar los síntomas del deterioro. La hipnosis de repetir que se han logrado resultados brillantes con este modelo populista, y que serán aún mejores, no deja de aturdir y convencer. Mientras, nos resignamos a la mediocridad de seguir navegando sin rumbo.

Lo cierto es que el culto de la personalidad -en torno de la cual se construye casi todo-, la ausencia de controles republicanos, la inestabilidad jurídica, la falta de visión estratégica, la creciente crispación del odio y el objetivo excluyente de mantenerse en el poder a toda costa sabotean el progreso real. Con semejante clima no se pueden esperar inversiones genuinas y caudalosas ni se puede esperar que los argentinos regresen los miles de millones de dólares enviados al exterior por desconfianza en la enclenque ley argentina. Ni siquiera se aclara por dónde andan los millones que el Presidente envió afuera cuando gobernaba Santa Cruz y que afirma, con un misterio propio de las novelas de suspenso, que ya volvieron, pero no sabe qué se hace con ellos.

El modelo socialista democrático (no populista) de Chile, Brasil y Uruguay -para sólo citar nuestros vecinos- está libre de todas las pústulas mencionadas a lo largo de esta columna. No practican la hipnosis del personalismo, no manipulan los medios de comunicación, no usan de forma arbitraria el presupuesto, no alientan el odio, no desprecian el orden legal, no agrietan la estabilidad jurídica, no temen la alternancia, no descalifican a la oposición, no espantan las inversiones caudalosas sino que las reciben con buenos contratos, se abren al comercio mundial, no distorsionan los índices para engañar a la ciudadanía y hasta cuidan el lenguaje. Por eso crecen más rápido, son previsibles y más confiables. Por eso nos van empujando hacia el extremo caudal del continente y del mundo, pese a las potencialidades que seguimos manteniendo inactivas por culpa de este modelo populista que hipnotiza, embrutece y esclerosa.


Hola al Mundo!

Aqui dejaré comentarios , ideas y pensamientos que he recogido a lo largo de la investigación sobre el fenómeno de este país particular en mis largas investigaciones que realice antes de mi muerte.

Como saben la PsicoHistoria es la ciencia que he desarrollado y que me dio fama.En este transcurrir he descubierto algunos cosas sobre el comportamiento Humano, y como parte de mi legado dejo en  diferentes medios partes de información descubiertos en estos trabajos.

Que disfruten su lectura , ya que como sabrán no tienen posibilidad de cambiar su futuro si no cambian algunas de sus conductas…tal como he prescripto en las leyes de la Psicohistoria.

Saludos desde el Futuro, elPasado y el Presente.

Prof. Hari Seldon